La conjura de los necios

Money, money, money
(2009)

Este año se cumple el vigésimo quinto aniversario de la muerte de uno de los poetas más importantes del siglo xx, que tuvo la desgracia, visto lo visto, de vivir en Madrid la mayor parte de su vida: Vicente Aleixandre. Su histórica casa se deshace por la terrible e intolerable incompetencia de nuestros gobernantes del Ministerio de Cultura, del Ayuntamiento y de la Comunidad de Madrid que no han querido encontrar razones de peso para adquirirla y salvarla. Les invito a que consulten sus nombres y apellidos en esta web.

No es una «cuestión de dinero», como algunos demagogos de tres al cuarto han ido propagando, ni de que al estar vacía no tiene interés, es una cuestión sólo de voluntad política, de querer enriquecer nuestro legado histórico-cultural con un patrimonio de incalculable valor para cualquier sociedad medianamente culta. Lean la hermosa adhesión que recibimos del poeta irlandés y premio Nobel Seamus Heaney. Pero Velintonia 3 —como así castellanizó el propio poeta a su calle, antes Wellingtonia— sufre los estragos del tiempo y del olvido, porque esta ciudad sólo está abierta a teatros que abren en Canal los presupuestos de todos los madrileños —más de 100 millones de euros para un templo de la escena que recuerda más a una nave comercial, con escaleritas mecánicas incluidas, y cerca de 1.400.000 euros quemados en su inauguración, y en un sólo día, con pompa y circunstancia provinciana—, mientras los históricos recintos de la escena madrileña agonizan a la espera de su paulatina destrucción masiva, como el mítico Teatro Albéniz, que acabará convertido en una fría sala alternativa con centro comercial incluido.  Porque esta ciudad sólo está para corazonadas de un descorazonado que juega a las construcciones con el dinero de todos y el granito de una empresa gallega cuya página web curiosamente también está en construcción y a demostrar que Madrid puede quedarse no sólo sin árboles —a pesar de algún que otro encadenamiento mediático de la aristocracia más chic—, sino en blanco (presupuestario) en una sola noche por tan sólo un millón y medio de euros que no van a ninguna parte, al menos a ninguna parte que debamos conocer —la web del Ayuntamiento no informa de estas pequeñas cifras domésticas—. Porque esta ciudad, ahora «infinitamente mejor intercomunicada», después de cinco largos años de obras y más de 600 millones de euros, brilla con Sol propio, ayudada por los cristales irreverentes y deslumbrantes que ha impuesto en su engendro un arquitecto al que le trae al pairo la tradición —como a Moneo el Prado y el Claustro de los Jerónimos—, el entorno urbanístico y cualquier código deontológico de su venerable profesión. Tal vez en sus manos la casa de Vicente Aleixandre podría transformarse, por una de estas módicas cantidades, no en la Casa de la Poesía que es lo que fue y debe seguir siendo le pese a quien le pese, sino en otra modesta nave industrial…, de la palabra, del circo, del deporte olímpico o de lo que haga falta para la foto y la noticia de los informativos de televisión.

El Ministerio de Cultura —con previsible Comisión Nacional Organizadora,  ¡para luego invitar a mucho famosito vip!— se prepara para celebrar en 2010 el centenario del nacimiento de uno de los más queridos amigos de Vicente Aleixandre, Miguel Hernández, que afortunadamente para la responsable de esta cartera y de sus más leales asesores ya tiene la casa salvada y hasta es museo… Desconozco qué presupuesto destinará el GOBIERNO DE ESPAÑA  —¡con que conmovedora y grave solemnidad teatral suena esto en los anuncios institucionales!— a recordar a este magnífico poeta, pero espero que sea, como poco, el que este Ministerio destinó «simbólicamente» —¡menos mal!— hace unos años a restaurar la fachada de la antigua Biblioteca de Sarajevo, arrasada durante la Guerra de los Balcanes: un millón de euros. Eso sí, les ruego que el millón de euros no se lo coma ninguna productora de cine que quiera hacer la película biográfica o documental del siglo sobre el poeta de Orihuela, al menos en homenaje al hambre que pasó el bueno de Miguel…

Alejandro García de Pruneda

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